El Centro Afro CAEDI, reproduce a continuación la descripción del trabajo pastoral de monseñor Epalza, obispo de Buenavuentura, realizado por el portal elpacifista.co, con ocasión de la carta enviada por el Papa Francisco en día pasados al obispo colombiano.
Monseñor Héctor Epalza de niño
quería ser militar. “Mire como el Señor me cambió la cosa, donde terminé.
Cuando niño yo era tan tremendo. Cambiaba una oración que me rezaba mi abuela
diciendo ‘llama a los demás pero no me llames a mí’ y vea: fruto de mi invento
y de mi petición, no solo resulté sacerdote sino obispo”, dice mientras sonríe
en su oficina junto a la catedral.
Tomada de pacifista.co |
Ese niño tremendo que nació en
Convención, Norte de Santander, y que a los 14 años llegó a Cali a estudiar en
el seminario mayor, se convirtió en la voz de Buenaventura. La voz de los
negros, de los indios, de los pobres, de las víctimas de una violencia que
desde hace décadas parece haberse enquistado en el principal puerto del país.
Una voz pausada pero fuerte. Un hombre de 1,60 de estatura pero un gigante de
valor.
Y el hombre modelo 40, cómo dice
él, cumplió este mes los 50 años como sacerdote. En Buenaventura, la ciudad a la
que llegó hace once años, le organizaron un homenaje para agradecerle su
trabajo social. No era para menos, por primera vez un cura del puerto había
sido exaltado por un papa. Desde Roma, Francisco, el papa revolucionario, como
muchos le han llamado, envió una carta en la que felicitó al obispo por su
valentía y trabajo con los desamparados y las víctimas.
Epalza se ha convertido en la voz
de los habitantes de una de las ciudades más golpeadas por la guerra y la
pobreza. Una ciudad en la que, solo en la última década, han asesinado a 1.901
colombianos, han desaparecido a 475 personas y desplazado a 152 mil… Una ciudad
que tiene nueve ríos y no tiene agua potable las 24 horas.
Allí, en su oficina junto a la
catedral o cuando realiza sus visitas semanales a las parroquias de la ciudad
(tiene 21), es rodeado por hombres, mujeres y niños. Unos lo abrazan, otros
buscan consuelo. Y así se entera de esa realidad de muertos, desaparecidos y extorsionados.
Todos los días celebra una misa en la catedral San Buenaventura y desde el
púlpito denuncia los horrores de esta guerra.
En enero pasado, en el
aniversario de la muerte del obispo monseñor Gerardo Valencia, precursor del
trabajo con las comunidades negras, Héctor Epalza alzó una vez más la voz. “La
violencia todo lo destruye. Todo lo acaba. Ahora vienen las elecciones a la
Alcaldía, al Concejo, a la Asamblea y a la Gobernación. Buenaventura necesita
líderes comprometidos. No esos que dicen aquí vengo por lo mío. Eso no es
servir al pueblo sino saquear al pueblo. Por eso les pido no vendan sus votos
por dinero”, predicó.
Tomada de pacifista.co |
Pero sus denuncias no las ha
hecho solo desde el púlpito. Manuel Bedoya, líder de los pescadores
artesanales, recuerda cómo monseñor les ha cantado la tabla a diferentes
funcionarios del Gobierno, tanto nacional como local.
En uno de esos encuentros,
recuerda Manuel, estaban “con la viceministra del Agua, que anunciaba la
realización de varias obras para que tuviéramos agua en el plan 24×24 (en 24
meses agua las 24 horas) y monseñor se paró y le dijo: ‘Así no son las cosas,
es que no nos han cumplido con los acuerdos’. Nosotros sentimos que mientras
monseñor esté aquí el Gobierno va a pensar que nos tiene que respetar. El mes
pasado se fue hasta el parlamento de Cataluña a denunciar los proyectos de
expansión portuaria”.
“Yo soy servidor de este pueblo.
Al Gobierno le ha importado es el puerto y no la ciudad, la gente ha sido un
cero a la izquierda (…) Buenaventura sufre, ha sido excluida y marginada.
Queremos una inclusión. Las sociedades portuarias aportan al fisco $4 billones
y el Ministerio de Trabajo el año pasado le impuso a una de ellas una multa de
$1600 millones por no pagarle bien a sus empleados (…) Mientras exista este
perverso modelo que ha enriquecido a unos pocos, como lo dijo el Papa
Francisco, la pobreza no va a disminuir. No necesitamos migajas para el obrero
sino una economía solidaria”, afirmó ante un grupo de diputados de Cataluña, en
España.
Manuel Bedoya dice que monseñor
continuó con la obra de Gerardo Valencia, muerto hace 40 años y al que llamaron
el ‘Obispo Rojo’ o ‘El Hermano Mayor’. El líder de los pescadores lo conoció y
recorrió con él los ríos con programas de alfabetización. Ahora, recorre con
monseñor Epalza los barrios del puerto y asisten a reuniones del Comité por la
Marcha para enterrar la violencia.
En febrero del 2014, diferentes
organizaciones sociales se unieron para hacer una marcha y pedirle a Colombia
que pusiera sus ojos en Buenaventura. La violencia era cada vez peor. Entre el
2013 y el 2014, según un informe presentado por Human Rights Watch, se
encontraron los restos desmembrados de 33 personas. Y aunque el obispo y otros
líderes llevaban meses denunciado la existencia de las llamadas ‘casas de
pique’ (descuartizamiento), todas las autoridades lo negaban.
“Ese es el dualismo de
Buenaventura. Una realidad oficial que es una maravilla y otra realidad, real y
dolorosa, que es la del miedo, de las barreras invisibles, la gente confinada,
las mafias, la extorsión, el reclutamiento de los niños sicarios para las
bandas y la guerrilla. Esa es una realidad que está allí. Yo digo
insistentemente que la verdad es la que liberará a Buenaventura de esta
situación”, denunció monseñor en el 2013.
Tomada de: evangelizadorasdelosapostoles.files.wordpress.com |
El miedo por la violencia de los
grupos armados colmó la taza de los bonaverenses. Ese 19 de febrero, una marea
vestida de blanco marchó contra los muertos, contra la indiferencia de un país
que los ha olvidado, de un país que solo mira al puerto, más no a la ciudad,
más no a su gente. Esa marcha, liderada por Epalza, fue el inicio de un proceso
de resistencia que hizo que el Gobierno enviara a sus ministros y nombrara un
gerente para el Pacífico.
El obispo se ha convertido en la
voz de los que no tienen voz. Su voz tiene el tono de resistencia, de la lucha
por el territorio. Tan es así que, por una de sus denuncias, presentada en un
consejo de seguridad con el entonces presidente Álvaro Uribe, lo amenazaron. Se
paró frente al hoy senador y habló de la infiltración del crimen organizado en
la Policía. Días después, un hombre llegó a la catedral y le confesó que lo
pretendían matar.
Monseñor se fue 25 días de la
ciudad pero decidió regresar. A él no lo iban a callar. Dijo que tenía “la
claridad de que de pronto le tocaba ser un mártir. Yo creo que podemos morir
las personas, pero la verdad no”.
Texto tomado de: http://pacifista.co/el-cura-que-puso-a-buenaventura-en-el-radar-del-papa-francisco/
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