jueves, 25 de abril de 2013

La Madre Laura y el pueblo afro



Laura Montoya, fundadora de las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, nace en Jericó, Antioquia, y es educada en el ambiente racista de su época (1874-1949).  Sin embargo, su autobiografía muestra experiencias de acercamiento y valoración a representantes del pueblo negro.  También comprueba su situación de marginación y de pobreza; no duda en fundar algunas casas misioneras entre afrocolombianos y en recibir en la Congregación a jóvenes de este grupo étnico.

La misma Congregación, desde 1968 y con visión ad gentes, se proyecta al continente africano, hoy tiene en él 5 casas misioneras, en Kionzo, Kinzundu, Lukala y Kinshasa, en República Democrática del Congo, y en Noki (Angola); en Colombia hace presencia en Buenaventura y Puerto Merizalde (Valle), Villarrica y misiones esporádicas en Cajibío (Cauca), Noanamá (Chocó), Vigía del Fuerte y Turbo (Antioquia) y Uré (Córdoba).  Finalmente, como expresión de opción radical por el grupo más pobre entre los pobres, en 1989 se realiza una fundación en Estorga, República Dominicana, y, en 1999, una en Haití.

Los datos muestran el proceso que se dio en la Madre Laura en su acercamiento al pueblo afroamericano:

* La Providencia de Dios en Gregorio el panadero

La maestra Laura sufre, en 1906, la calumnia, la persecución y el rechazo de la sociedad medellinense, como consecuencia de la novela “ Hija espiritual”, escrita por Alfonso Castro.  Se retiran todos sus amigos y conocidos,  vive con su madre y hermanos dificultades hasta para conseguir el pan de cada día.  Cuenta en su autobiografía:

Un día se apareció en la casa un negro haraposo, con los pies hinchados que apenas parecía que podía andar.  Creímos que pediría limosna; ¡pero era el Ángel de Dios!  Me dijo: “Misia Laura ¿usted por qué no pone una panadería?”[1]

La maestra, entre dudas y temores, se deja ayudar por Gregorio y él le construye el horno, le trae los materiales y luego se encarga de vender el pan; cuando ya está instalado el negocio, muere Gregorio y Laura hace la siguiente interpretación:

Fui al entierro y en él estaba representado el Seminario, el Capítulo Catedral y la Comunidad de los Hermanos Cristianos.  Todo me pareció extraño.  Pero logré saber que era un santo y que, como en su tiempo de salud había servido mucho, le guardaban las mayores consideraciones, pero que jamás había querido aceptar nada.  Lo lloré como era debido y mi agradecimiento con Dios era inmenso.  ¡A ese haraposo le debíamos el pan!  Quedamos perfectamente establecidas.  ¡Por supuesto que mi dolor era mayor por no haber sabido lo que tenía en la casa!  ¡Así mueren los santos que han preferido la humillación a todo! Comulgaba todos los días pero nadie lo sabía porque lo hacía en la misa de 4 y cambiaba de Iglesia todos los días[2].


Fundación de una Casa Misionera en el Palenque de Uré

La Madre Laura se desplaza hasta Uré, después de las fundaciones en Dabeiba, Rioverde, El Pital, Murrí y Chontaduro, entre los indígenas katíos del Departamento de Antioquia.  Va al Departamento de Córdoba, en 1917, para realizar la sexta fundación de la naciente congregación. Su autobiografía narra todos los inconvenientes del viaje y la incomprensión de los sacerdotes y el obispo de Cartagena.  El viaje comprendió muchas escalas, de Cartagena a Calamar en tren, de allí hasta Magangué en una confortable embarcación, de ahí hasta Ayapel en una gasolina o buquecito, de los que habían empezado a surcar el San Jorge.  En Ayapel tuvo noticias de la realidad de Uré:

Supimos allí que Uré era desconocido de todos y se tenía de él la idea terrible de lo desconocido.  Sólo don Luis Paniza nos dio algunos informes consoladores.  Nos dijo que verdaderamente el camino no existía; pero que Uré era un pueblo de negros, descendientes de los que habían traído en la época de la colonia para laborar las minas, procedentes del África, pero que aquellos paganos todavía eran inclinados a las cosas buenas...[3].

Laura y su compañera siguen su viaje, piensan que, ubicadas en Uré, mientras esperan a los indios, pueden apoyar a los negros.  Pero les faltaban varios días de viaje, comprobaron que navegar por el río San Jorge era una aventura que sólo realizaban arriesgados comerciantes en canoas de remo, para vender sus productos por las riberas del río.

Las dificultades del camino y la falta de oportunidades de los ribereños preparan el corazón de las misioneras para entender que el Señor las llamaba a trabajar y conocer una nueva cultura.  La descripción de la Madre Laura tiene una gran importancia histórica, nos ubica en el proceso vivido por los palenques:

Aquel pueblecito contaba entre las muchas gracias que tenía, la de haber conservado por más de cuatrocientos años una especie de dinastía religiosa.  La religión, mezcla de catolicismo, paganismo y superstición africana, estaba representada por un anciano siempre en cadena o sucesión no interrumpida, porque en el lecho de muerte de uno, nombraba el otro y a éste se sometían todos en lo religioso, sin poner ninguna suerte de reparos jamás.  Este anciano desempeñaba las funciones del culto en un rancho largo que lo llamaban la iglesia católica, sin pena de ninguna clase.  La religión tenía todo y muchos latinajos que rezaba el ancianito revestido con unos ornamentos y capas...  El hacía los entierros, del modo más pagano y hasta cómico; bautizaba bien, según parece.  Hacía la fiesta con rezos y cantos en medio de bailes.  Tenía fiesta especial para honrar al demonio y ha sido la más difícil de suprimir....  Cuando fuimos ejercía las funciones del culto el Señor Hilario, ancianito muy respetable por un aparato austero y venerable que había adquirido a fuerza de desempeñar tan terrible y desventajoso empleo, pues jamás se le pagaba nada ni se le daba tiempo para trabajar.  Vivía pues muy mal, pero sintiéndose muy honrado por ser el depositario de la religión y culto de las tradiciones de su raza.  Nada turbaba al Señor Hilario, ni su misma pobreza, pues estaba enseñado al miserable pescado que su mujercita anciana cogía todos los días.  Tenía paciencia invicta con las tropelías de sus feligreses y nada lo inquietaba[4].


* Una Religiosa negra entre las cofundadoras de la Congregación:

En el año 2.000, con motivo del Jubileo, el Boletín Informativo Caminando Juntas publica un homenaje a las diez primeras cofundadoras, el grupo que inició el noviciado canónico el 1° de enero de 1917, en Dabeiba.  La Madre Laura emite sus votos temporales en ese momento, la experiencia misionera se constituye en congregación religiosa diocesana.

El número siete de este grupo le corresponde a la señorita María de los Ángeles Hernández Yépez, de Robledo, Antioquia.  La crónica congregacional dice de ella:

…[Era] una morena fornida, trabajadora incansable y fervorosa...  Tenía muy buena voz, cantaba fuerte y bien en las ceremonias religiosas y en las misas.  Aun en su vejez entonaba cánticos al Señor.  Su boca no se ocupó sino para alabar a Dios y decir jaculatorias.  Cuando se le preguntaba cómo estaba de salud o cómo le iba en su vida, siempre contestaba con este estribillo: “Así como Dios quiere” [5].

En la Congregación recibió el nombre de María Santa Zita.  Varias hermanas, al hablar de ella, reconocen que su testimonio de vida atrajo valiosas vocaciones a la Congregación por “el espíritu de oración y unión con Dios que poseía...  Inspiraba respeto a cuantos la contemplaban”.  Todos los trabajos que realizaba los hacía con amor y alegría.  En 1964 la traen a la enfermería de Medellín, bastante delicada de salud pero “llena de amor a Dios, de cariño y paciencia”.  Muere el 10 de mayo de 1971, a los 99 años de edad.  Se ganó el título de cofundadora de la Congregación por su fidelidad y testimonio de vida.


* Carta de la Madre Laura sobre una misionera negra y el Seminario Etiópico de Roma

En el Archivo de la Arquidiócesis de Popayán reposan algunas cartas de la Madre Laura a monseñor Maximiliano Crespo y a otras personas.  No debe extrañar el lenguaje propio de la época, más bien resaltar la intuición de que también el pueblo negro tiene derecho a un espacio en la Iglesia como en la sociedad.  Entre las cartas nos interesa la siguiente:

Antioquia, 7 de abril de 1935.  Muy amada Sor María de Inmaculada Hoyos:

Mucho me alegra que quiera...  la raza negra...  Entre negros puros tenemos unas tres casas y he podido apreciar lo que es su orfandad, pero alégrese porque esa pobre raza comienza a redimirse con el Seminario Etiópico que tiene el Santo Padre en el mismo Vaticano; es numeroso y son todos de color satín, ya se han ordenado varios y me tocó oírle la misa en rito armenio al primer Obispo de aquél seminario, antes de salir para Albania.

Era conmovedor ver al Prelado aquél, rodeado de Monseñores blancos que le servían como a un rey, celebrar el Santo Sacrificio y la Santa Hostia tan blanca lucía en aquellas manos negras como si estuviera engastada en azabache hermosamente en el momento en que mostraba la Sagrada forma al pueblo, según el rito armenio.  Le ofrecí al Señor recibir en la Congregación una negra de pura raza africana para que Él nos permitiera trabajar con los pobres negros.

Ya tengo la hermana Profesa porque, al llegar de Roma, se me presentó la oportunidad de cumplir la promesa; ha resultado una y muy buena...  Acompaña a las hermanas en las excursiones y enseña muy bien el catecismo y los cantos.  En la Misión en dónde está la acatan como a las demás hermanas; se llama María de la Sagrada Familia.  Fue formada por las Misioneras en Uré y desde que tenía doce años, o quizás menos, hacía su voto de castidad de año en año.  ¡Ya ve, querida mía, cómo en esa pobre raza hay almas de elección!  Mucho le pudiera referir de esto pero ya el tiempo se me agotó...

Laura de Santa Catalina

Una Congregación internacional siempre tiene las limitaciones propias de la convivencia entre diversas culturas.  La intuición de la Madre Laura y la reflexión continua en la riqueza de la diversidad permiten hoy a la Congregación contar con 16 religiosas afroamericanas y 14 africanas; también que la Pastoral Africana, Afroamericana y Caribeña se constituya, al lado de la Pastoral Indígena y Urbano marginalizada, en opción de la proyección misionera.

Fuente: CEPAC.  Historia del pueblo afrocolombiano - perspectiva pastoral.  Popayán: Tecnigráficas, 2003.





[1] MONTOYA UPEGÜI, Laura.  Autobiografía de la Madre Laura de Santa Catalina (2º ed.).  Cali: Carvajal, 1991; pp. 200ss. 
[2] Ibíd., p. 203.
[3] Ibíd., p. 608.
[4] Ibíd., pp. 622-623.
[5] MEJÍA U., Mariela.  “Profetas de esperanza en la selva.  Homenaje a las Cofundadoras”.  En: Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena - Madre Laura.  Caminando Juntas - Boletín informativo General No. 13. Medellín, marzo de 2000; p. 82.

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