Laura Montoya,
fundadora de las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, nace
en Jericó, Antioquia, y es educada en el ambiente racista de su época (1874-1949). Sin embargo, su autobiografía muestra experiencias
de acercamiento y valoración a representantes del pueblo negro. También comprueba su situación de marginación
y de pobreza; no duda en fundar algunas casas misioneras entre afrocolombianos y
en recibir en la Congregación a jóvenes de este grupo étnico.
La
misma Congregación, desde 1968 y con visión ad gentes, se proyecta al continente
africano, hoy tiene en él 5 casas misioneras, en Kionzo, Kinzundu, Lukala y
Kinshasa, en República Democrática del Congo, y en Noki (Angola); en Colombia hace
presencia en Buenaventura y Puerto Merizalde (Valle), Villarrica y misiones esporádicas
en Cajibío (Cauca), Noanamá (Chocó), Vigía del Fuerte y Turbo (Antioquia) y Uré
(Córdoba). Finalmente, como expresión de
opción radical por el grupo más pobre entre los pobres, en 1989 se realiza una fundación
en Estorga, República Dominicana, y, en 1999, una en Haití.
Los
datos muestran el proceso que se dio en la Madre Laura en su acercamiento al pueblo
afroamericano:
* La Providencia de Dios en
Gregorio el panadero
La
maestra Laura sufre, en 1906, la calumnia, la persecución y el rechazo de la sociedad
medellinense, como consecuencia de la novela “ Hija espiritual”, escrita por
Alfonso Castro. Se retiran todos sus
amigos y conocidos, vive con su madre y hermanos
dificultades hasta para conseguir el pan de cada día. Cuenta en su autobiografía:
Un día se apareció
en la casa un negro haraposo, con los pies hinchados que apenas parecía que
podía andar. Creímos que pediría limosna;
¡pero era el Ángel de Dios! Me dijo: “Misia
Laura ¿usted por qué no pone una panadería?”[1]
La
maestra, entre dudas y temores, se deja ayudar por Gregorio y él le construye el
horno, le trae los materiales y luego se encarga de vender el pan; cuando ya está
instalado el negocio, muere Gregorio y Laura hace la siguiente interpretación:
Fui al
entierro y en él estaba representado el Seminario, el Capítulo Catedral y la
Comunidad de los Hermanos Cristianos.
Todo me pareció extraño. Pero
logré saber que era un santo y que, como en su tiempo de salud había servido
mucho, le guardaban las mayores consideraciones, pero que jamás había querido
aceptar nada. Lo lloré como era debido y
mi agradecimiento con Dios era inmenso. ¡A
ese haraposo le debíamos el pan!
Quedamos perfectamente establecidas.
¡Por supuesto que mi dolor era mayor por no haber sabido lo que tenía en
la casa! ¡Así mueren los santos que han
preferido la humillación a todo! Comulgaba todos los días pero nadie lo sabía
porque lo hacía en la misa de 4 y cambiaba de Iglesia todos los días[2].
Fundación de una Casa
Misionera en el Palenque de Uré
La
Madre Laura se desplaza hasta Uré, después de las fundaciones en Dabeiba,
Rioverde, El Pital, Murrí y Chontaduro, entre los indígenas katíos del Departamento
de Antioquia. Va al Departamento de
Córdoba, en 1917, para realizar la sexta fundación de la naciente congregación.
Su autobiografía narra todos los inconvenientes del viaje y la incomprensión de
los sacerdotes y el obispo de Cartagena.
El viaje comprendió muchas escalas, de Cartagena a Calamar en tren, de allí
hasta Magangué en una confortable embarcación, de ahí hasta Ayapel en una gasolina
o buquecito, de los que habían empezado a surcar el San Jorge. En Ayapel tuvo noticias de la realidad de Uré:
Supimos allí
que Uré era desconocido de todos y se tenía de él la idea terrible de lo
desconocido. Sólo don Luis Paniza nos
dio algunos informes consoladores. Nos
dijo que verdaderamente el camino no existía; pero que Uré era un pueblo de
negros, descendientes de los que habían traído en la época de la colonia para
laborar las minas, procedentes del África, pero que aquellos paganos todavía
eran inclinados a las cosas buenas...[3].
Laura
y su compañera siguen su viaje, piensan que, ubicadas en Uré, mientras esperan
a los indios, pueden apoyar a los negros. Pero les faltaban varios días de viaje, comprobaron
que navegar por el río San Jorge era una aventura que sólo realizaban
arriesgados comerciantes en canoas de remo, para vender sus productos por las
riberas del río.
Las
dificultades del camino y la falta de oportunidades de los ribereños preparan
el corazón de las misioneras para entender que el Señor las llamaba a trabajar
y conocer una nueva cultura. La descripción
de la Madre Laura tiene una gran importancia histórica, nos ubica en el proceso
vivido por los palenques:
Aquel
pueblecito contaba entre las muchas gracias que tenía, la de haber conservado
por más de cuatrocientos años una especie de dinastía religiosa. La religión, mezcla de catolicismo, paganismo
y superstición africana, estaba representada por un anciano siempre en cadena o
sucesión no interrumpida, porque en el lecho de muerte de uno, nombraba el otro
y a éste se sometían todos en lo religioso, sin poner ninguna suerte de reparos
jamás. Este anciano desempeñaba las funciones
del culto en un rancho largo que lo llamaban la iglesia católica, sin pena de
ninguna clase. La religión tenía todo y
muchos latinajos que rezaba el ancianito revestido con unos ornamentos y
capas... El hacía los entierros, del
modo más pagano y hasta cómico; bautizaba bien, según parece. Hacía la fiesta con rezos y cantos en medio
de bailes. Tenía fiesta especial para
honrar al demonio y ha sido la más difícil de suprimir.... Cuando fuimos ejercía las funciones del culto
el Señor Hilario, ancianito muy respetable por un aparato austero y venerable
que había adquirido a fuerza de desempeñar tan terrible y desventajoso empleo,
pues jamás se le pagaba nada ni se le daba tiempo para trabajar. Vivía pues muy mal, pero sintiéndose muy
honrado por ser el depositario de la religión y culto de las tradiciones de su
raza. Nada turbaba al Señor Hilario, ni
su misma pobreza, pues estaba enseñado al miserable pescado que su mujercita
anciana cogía todos los días. Tenía
paciencia invicta con las tropelías de sus feligreses y nada lo inquietaba[4].
* Una Religiosa negra
entre las cofundadoras de la Congregación:
En
el año 2.000, con motivo del Jubileo, el Boletín Informativo Caminando
Juntas publica un homenaje a las diez primeras cofundadoras, el grupo que inició
el noviciado canónico el 1° de enero de 1917, en Dabeiba. La Madre Laura emite sus votos temporales en
ese momento, la experiencia misionera se constituye en congregación religiosa diocesana.
El
número siete de este grupo le corresponde a la señorita María de los Ángeles
Hernández Yépez, de Robledo, Antioquia. La
crónica congregacional dice de ella:
…[Era] una
morena fornida, trabajadora incansable y fervorosa... Tenía muy buena voz, cantaba fuerte y bien en
las ceremonias religiosas y en las misas.
Aun en su vejez entonaba cánticos al Señor. Su boca no se ocupó sino para alabar a Dios y
decir jaculatorias. Cuando se le preguntaba
cómo estaba de salud o cómo le iba en su vida, siempre contestaba con este
estribillo: “Así como Dios quiere” [5].
En
la Congregación recibió el nombre de María Santa Zita. Varias hermanas, al hablar de ella, reconocen
que su testimonio de vida atrajo valiosas vocaciones a la Congregación por “el espíritu
de oración y unión con Dios que poseía...
Inspiraba respeto a cuantos la contemplaban”. Todos los trabajos que realizaba los hacía
con amor y alegría. En 1964 la traen a
la enfermería de Medellín, bastante delicada de salud pero “llena de amor a
Dios, de cariño y paciencia”. Muere el 10
de mayo de 1971, a los 99 años de edad.
Se ganó el título de cofundadora de la Congregación por su fidelidad y testimonio
de vida.
* Carta de la Madre
Laura sobre una misionera negra y el Seminario Etiópico de Roma
En el Archivo de
la Arquidiócesis de Popayán reposan algunas cartas de la Madre Laura a monseñor
Maximiliano Crespo y a otras personas. No
debe extrañar el lenguaje propio de la época, más bien resaltar la intuición de
que también el pueblo negro tiene derecho a un espacio en la Iglesia como en la
sociedad. Entre las cartas nos interesa la
siguiente:
Antioquia, 7 de abril de 1935. Muy amada Sor María de Inmaculada Hoyos:
Mucho me
alegra que quiera... la raza negra... Entre negros puros tenemos unas tres casas y
he podido apreciar lo que es su orfandad, pero alégrese porque esa pobre raza
comienza a redimirse con el Seminario Etiópico que tiene el Santo Padre en el
mismo Vaticano; es numeroso y son todos de color satín, ya se han ordenado
varios y me tocó oírle la misa en rito armenio al primer Obispo de aquél seminario,
antes de salir para Albania.
Era conmovedor ver al Prelado
aquél, rodeado de Monseñores blancos que le servían como a un rey, celebrar el
Santo Sacrificio y la Santa Hostia tan blanca lucía en aquellas manos negras
como si estuviera engastada en azabache hermosamente en el momento en que
mostraba la Sagrada forma al pueblo, según el rito armenio. Le ofrecí al Señor recibir en la Congregación
una negra de pura raza africana para que Él nos permitiera trabajar con los
pobres negros.
Ya tengo la hermana
Profesa porque, al llegar de Roma, se me presentó la oportunidad de cumplir la
promesa; ha resultado una y muy buena...
Acompaña a las hermanas en las excursiones y enseña muy bien el
catecismo y los cantos. En la Misión en
dónde está la acatan como a las demás hermanas; se llama María de la Sagrada
Familia. Fue formada por las Misioneras
en Uré y desde que tenía doce años, o quizás menos, hacía su voto de castidad
de año en año. ¡Ya ve, querida mía, cómo
en esa pobre raza hay almas de elección! Mucho le pudiera referir de esto pero ya el
tiempo se me agotó...
Laura de
Santa Catalina
Una
Congregación internacional siempre tiene las limitaciones propias de la convivencia
entre diversas culturas. La intuición de
la Madre Laura y la reflexión continua en la riqueza de la diversidad permiten hoy
a la Congregación contar con 16 religiosas afroamericanas y 14 africanas;
también que la Pastoral Africana, Afroamericana y Caribeña se constituya, al
lado de la Pastoral Indígena y Urbano marginalizada, en opción de la proyección
misionera.
Fuente: CEPAC. Historia del pueblo afrocolombiano - perspectiva pastoral. Popayán: Tecnigráficas, 2003.
[1] MONTOYA UPEGÜI,
Laura. Autobiografía de la Madre
Laura de Santa Catalina (2º
ed.). Cali: Carvajal, 1991; pp. 200ss.
[2] Ibíd., p. 203.
[3] Ibíd., p. 608.
[4] Ibíd., pp. 622-623.
[5] MEJÍA U., Mariela. “Profetas de esperanza en la selva. Homenaje a las Cofundadoras”. En:
Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena - Madre Laura.
Caminando Juntas - Boletín
informativo General No. 13. Medellín, marzo de 2000; p. 82.
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