Nuevo Milenio, Tumaco. La carnada de la guerra
Los nombres han sido cambiados por razones de seguridad
Brilla el sol del mediodía en el Barrio Nuevo Milenio, no se
ven ni por asomo las sombras refrescantes de la tarde. Hace calor y no hay agua
potable a orillas del mar Pacífico. A treinta metros de la casa de nuestra guía,
nacen del barro que deja la marea baja cientos de casas palafíticas de madera,
habitadas por desplazados del conflicto armado: familias que huyeron del
Charco, de Magui, de la Tola, de Barbacoas y de las veredas del mismo Tumaco.
-“No podemos ir a los manglares, hay tres muertos allá”- Me
advierte la guía, una niña de 19 años, afro como el 92% de la población de
Tumaco, que habla con la naturalidad de alguien que creció en medio de las
balaceras, los muertos y las bombas. –“No se sabe quién los mató, pero nadie va
a reclamar esos cuerpos, acá le tienen mucho miedo a los grupos”. –
Con “los grupos” la niña se refiere a cualquiera de los
grupos armados ilegales que han controlado el barrio. Es tan largo ya el
repertorio de nombres, que de verdad a veces no saben quién es el que manda.
Hace nueve años cuando se construyó el barrio sobre unos terrenos baldíos, a
unos pasos de la planta de Ecopetrol, no había ninguno. Luego llegaron las
pandillas ofreciendo trabajo, esas pandillas se volvieron los Rastrojos, pero
ellos perdieron la guerra con las guerrillas. Hoy el barrio lo controlan las Farc.
Unos días atrás esa guerrilla mató a dos policías
motorizados que se adentraron demasiado en el barrio, la respuesta fue la
militarización intermitente. Es común ver en medio de las calles polvorientas a
escuadras del Ejército fuertemente armadas, caminan con sigilo, en alerta
continua, sin soltar sus fusiles, sin hablar con nadie.
-“Yo personalmente no me siento segura con ellos. Hace poco
me asomé a la puerta de mi casa y habían cinco soldados. Uno siente pánico.
Porque en el lugar donde ellos permanecen, es donde atacan”-, dice Martha*, la
guía. (Nota al pie: Nombre cambiado por razones de seguridad)
En medio de las casas de madera que se levantan sobre lo que
en otro lugar sería una playa, juega fútbol un grupo de niños casi desnudos. Juegan
en medio de las basuras que no se llevó la marea alta. –“De un barrio así salió
Pablito Armero”- cuenta Martha, orgullosa. Desde ahí no se oye el mar, no a esa
hora del día.
-“Yo veía la marimba y decía cómo harán para tocar esa cosa
tan inmensa. Empecé a cogerle cariño. Empecé a sentirla. Le aseguro que sé como
suena cada tabla. La marimba es como el mar. Son las olas que bajan y suben, es
el agua que canta”, cuenta entre sonrisas Pedro, marimbero central del grupo
Cueros y Chonta que ganó hace dos años el Petronio Álvarez, el festival de música
más importante del Pacifico.
Es un joven de 17 años, que dice que hace música desde que
nació. Él también llegó al Nuevo Milenio huyendo de la guerra hace varios años.
Vivía con sus papás y sus hermanos en Tablones Dulce una vereda de Tumaco.
–“Era terrible allá, porque como habían cultivos ilícitos cada vez que llegaban
las avionetas o los helicópteros, nos teníamos que esconder ¿Qué más hacíamos?
No estábamos acostumbrados a tener esas máquinas en el campo. Yo veía esos
aparatos, diminutos en el aire, y pensaba en cómo será volar”-.
Cuando Pedro toca la Marimba no está en Nuevo Milenio, no
está en Tumaco, vuela. En su mente aparecen aves, los ríos de Tablones Dulce,
notas; por eso cierra los ojos mientras le saca los sonidos del mar a la
marimba. –“Cuando llegué a Nuevo Milenio fue difícil adaptarme. Donde vivo, no
es tan conflictivo, a diferencia de la parte de adentro. A mi me da pánico
entrar allá, uno no sabe que pensamientos o intenciones tendrán las personas
que uno ve allá”-.
En la entrada del barrio hay un complejo de Ecopetrol
fuertemente custodiado por el Ejército, rodeado de cercas, retenes y cámaras de
vigilancia. Unos pasos más allá, luego de la única calle adoquinada del barrio,
empiezan a aparecer las casas de madera de Nuevo Milenio. En su entrada queda
una casa de ladrillo de una planta, pintada con colores vivos y con un letrero:
“Centro Juvenil Afro”.
El espacio fue construido por la comunidad con el apoyo de
los padres combonianos de la Diócesis de Nariño y el edificio es un respiro
para cientos de jóvenes que van a leer los libros de su biblioteca, a cantar, a
aprender a andar en zancos, a bailar o a hablar con Uli, una alemana de un
pequeño pueblo de la parte oriental de su país, que desde hace tres años vive
con los jóvenes de Nuevo Milenio.
Cuenta Uli que en ese barrio de 1.500 casas y 8.000 personas
no hay ninguna infraestructura, no hay un puesto de salud, no hay una tienda
mayor, y cuenta que lo que sí se ve del Estado es la Fuerza Pública
omnipresente. –“Acá el mar llega debajo de las casas cada 12 horas y como el
barrio y la ciudad no tienen agua potable, ni canalización de las aguas negras,
se lleva todos los excrementos. Ni en Cali, ni en Bogotá se imaginan que
existan zonas así“-.
Uli trabaja con los jóvenes, les dice que esa guerra que
viven no es normal en otros países, los convence de que ellos tienen derecho a
tener un proyecto de vida, aún en un municipio donde hay un desempleo del 70%,
una tasa de necesidades básicas insatisfechas de 48,5% según el DANE y dónde
solo el 4% de los jóvenes logran llegar a la Educación Superior. Cifras que
están lejos, muy lejos, de la media nacional.
Pero lo peor, dice, es que la guerra se normalizó. Incluso
ella que no creció en ese ambiente, ya se adaptó. -“Cuando llegué, una balacera
me daba mucho susto.”- Ahora, cuenta Uli, como a todos los tumaqueños, no
tanto. –“Es triste que los seres humanos nos acostumbremos a eso. Mira, niños
de seis o siete años hablan de bombas y eso me duele en el alma”-
Junto a Uli camina Lina, una niña de 19 años con su hijo de
brazos, Samuel. Ella terminó primaria y bachillerato. Es una mujer hermosa,
segura y alegre como la mayoría de gente con la que hablamos allá. No parece
haber en Tumaco nadie que se eche a la pena por su situación. Cuenta Lina que
espera poder estudiar Trabajo Social. Uli la inspiró. Sabe que es muy difícil.
Igual de difícil como conseguir empleo. “Las únicas opciones son: para los
chicos, mototaxiar, y para las chicas, vender minutos o trabajar en casas de
familia. Uno se enfrenta a la frustración de no poder hacer lo que realmente
quiere“-.
La otra opción para los jóvenes son las armas, las legales o
las ilegales; en un barrio como Nuevo Milenio son para muchos la mejor
alternativa. De eso da cuenta el padre Daniel, un italiano que llegó a Tumaco
hace 6 años. Dice que los jóvenes del barrio son una población de alta
vulnerabilidad. Son jóvenes que vienen de familias pobres, que estudiaron en
colegios que no los prepararon en nada, mucho menos para entrar a una
Universidad. “No tienen ganas de soñar, porque soñar para qué. Piensan que se
les llena la cabeza de ilusiones que después no pueden realizar”-.
Dice el padre que por eso muchos jóvenes sienten que el
uniforme les puede dar una identidad y buscan entrar a la Policía o al
Ejército. –“ Sabemos que si un negro entra al Ejército es para que lo metan al
monte, no al despacho. Es para que sea carne de cañón. Fíjense quienes son los
que mueren en los enfrentamientos, de donde son. Nuestros jóvenes, acá, se preparan
para morir temprano”-.
Si no es el Ejército, la otra posibilidad son los grupos
armados ilegales, un paso que quienes lo dan, entienden que no tiene reversa.
Si salen es muertos o para ir a prisión. Los jóvenes de Nuevo Milenio son una
carnada de la guerra.
Uli agrega que los muchachos que entran a apoyar esos grupos
no saben nada de ideologías, van con ellos porque no tienen alternativa. -“Les
ofrecen plata, poder, reputación y eso para cualquier muchacho de 15 o 16 años
es atractivo.”-
Cuando uno pregunta a cualquier persona en Nuevo Milenio por
las Farc, la gente se pone muy nerviosa. Nadie los ve, pero todos saben que
están por cualquier lado. Casi tan omnipresentes como la misma Fuerza Pública.
–“Para nadie es un secreto, cualquiera en Tumaco le va a contar que las Farc
tienen control sobre todo el territorio”, afirma José Luis, director de la Casa
de la Memoria de Tumaco.
El problema, dice, va más allá de las Farc. Antes ya ha
habido muchos otros grupos: los paras de las AUC que mataron a Yolanda Cerón en
el centro del pueblo y que lanzaron cientos de cuerpos al río en un sitio
conocido como el Tigre, los Rastrojos que controlaban parte de la ciudad y que
causaron miles de desplazamientos, el Frente Comuneros del sur del ELN, que en
días pasados pintó muchas fachadas del centro de Tumaco, y por supuesto las
Farc. Hoy a esa guerrilla la combaten miles de soldados de la Fuerza de Tarea
de Acción Conjunta “PEGASO”, una inmensa maquina militar que articuló tres
brigadas del Ejército Nacional. Y con todo eso, el fin de la guerra parece
lejano.
José Luis cuenta que en Tumaco hay bombas todos los días. En
el 2012 hubo una que hirió a 70 personas, mató a siete civiles y a dos
policías. Eso nunca salió en los medios de comunicación nacionales, como ahora
que todo el mundo habla de Tumaco. Dice que hoy importa porque hay un proceso
de paz en La Habana y hay gente que necesita poner la lupa en la guerra.
–“Antes Tumaco no le llamaba a nadie la atención, eran bombas en un
departamento marginal, en un municipio marginal, pobre y afrocolombiano. Ahí
hay un grado de racismo”-.
Aun así, espera que haya avances en el proceso de paz. Cree
que si no hay acuerdos, regiones como Tumaco van a seguir sufriendo. –“Las Farc
no están castigando a Bogotá, están castigando a las regiones más apartadas.
Así que esperamos que la salida sea el diálogo, porque la otra alternativa es
la guerra y eso acá no nos ha dado buenos resultados”.
La tradición de Tumaco no era la violencia. La tradición
eran los pequeños palenques de esas comunidades de esclavos africanos que
conquistaron su libertad y se organizaban democráticamente para defenderla.
Quizás por eso a pesar de su pobreza, no se ven en situación de indigencia. Uli
dice que eso le sorprendió cuando llegó de Centroamérica: no importa cuantas
personas desplazadas lleguen, siempre encuentran una casa donde son acogidos.
Es una larga familia extendida, en la cual sus miembros más jóvenes son el
blanco de la violencia.
Al fondo del barrio Nuevo Milenio, en medio de los zancudos,
del ruido de la música popular, del sofoco que retuerce la madera que alza las
casas sobre el mar, hay una serie de puentes que conectan las calles del
barrio. Los puentes los construyeron los hombres de la comunidad, incluso con
ayuda de los jóvenes.
Los niños que juegan fútbol, ven la cámara de fotos y hacen
sus mejores poses. Andan en calzoncillos y con camisetas sucias, saltan de
puente a puente con una agilidad admirable. Mi guía nos había advertido que
había que tener cuidado con las fotos, nadie toma fotos sin autorización de los
que mandan. Aún así no hubo ningún problema. El barrio respiraba tranquilo la
tarde de domingo.
Nuestra guía nos dice que los jóvenes que pasan por el
Centro Afro son los pacifistas dentro de sus familias: “Si bien crecen con las
bombas de Tumaco, también crecen con unos valores distintos. Creo que esta
generación de jóvenes son los que van a empezar a construir la paz”-.
En el Centro Afro nos alcanza James. Es un muchacho robusto,
de pelo chuto corto, que viste una camiseta negra, una cadena plateada y tiene
los brazos tatuados. Es el líder de una banda, pero de cantantes de hip hop,
salsa choque y reggueton romántico. Su banda se llama ARS por Autonomía,
Resistencia y Sabiduría. La música le permitió resistir el reclutamiento
forzado y la violencia de su barrio. “Es triste, pero desde la visión de los
jóvenes, el estudio se ve como algo no rentable. Ahí es cuando llegan los
grupos a lavarte el cerebro y, claro, atrapan a los que no tengan claro un
proyecto de vida.”-
Cuenta que algunos amigos de su infancia, amigos que eran
muy sanos, se fueron para los grupos ilegales o para la Fuerza Pública y ya
están en “la paz del señor”. Añade que va a cantar un pedazo de su canción
Grito de un Pueblo, una canción que nació de las bombas, de los atentados, una
canción que es un grito de ¡Basta ya!.
“Estoy cansado de vivir en este mundo de maldad,
la guerra me lastima,
mi cuerpo se envenena
y no quiero que corra sangre por mis venas”
La voz de James se pierde en el murmullo del mar. Llega la
tarde con la brisa caliente del Pacifico y con sus sombras. Es hora de irnos.
texto y fotos tomadas de: http://pacifista.co/nuevo-milenio-tumaco-la-carnada-de-la-guerra/?utm_content=buffer00e09&utm_medium=social&utm_source=facebook.com&utm_campaign=buffer#sthash.PT7YdPpf.dpuf