Los valores de Chocó para el mundo
Emigdio Cuesta nació en una región de Colombia donde no existen fronteras. Sólo se debe cruzar el rio Atrato en panga por cinco minutos y se puede pasar de Chocó a Antioquia y viceversa. De padre chocoano y madre antioqueña, Emigdio Cuesta entraña los valores de una región de Colombia en donde los de aquí y los de allá son uno solo: son primos, amigos, hermanos, familia.
Nacido en 1964 en Bojayá (Chocó), Emigdio Cuesta aprendió desde niño que entre ese municipio y Vigía del Fuerte (Antioquia), solo existía hermandad y el rio atrato como avenida fluvial. “En este sector, los chocoanos y los antioqueños compartimos la cultura negra. No hay frontera departamental. Allá todos somos parientes, familiares, conocidos”, afirma él sin vacilar.
Desde su origen, Emigdio Cuesta entraña también los valores de una región en donde la alegría, el trabajo, el respeto por la naturaleza, la solidaridad, el valor de la palabra y el valor del presente hacen parte de una visión de la vida, de una forma de relacionarse con el mundo. “Para mi ser chocoano y atrateño es una cultura, es un modo de ver el mundo, una manera de entenderse con los otros. Hay muchas cosas ahí que me gustan y que no quiero perder”, asegura con orgullo.
Por eso, a pesar de la unidad y la familiaridad con que se vive en esta región de Colombia, al cumplir 18 años, Emigdio decidió pasar en panga desde Vigía, donde sus padres lo llevaron a vivir desde los 7 años, hasta Bojayá para que en su cédula quedara registrado su origen chocoano. “Yo tengo una identidad chocoana arraigada y quería que eso quedara claro en mi cédula”.
Ese origen que lleva con orgullo a donde vaya, lo aprendió de su padre, Don Porfirio, agricultor y pescador que participaba en cuanta reunión comunitaria se hacía en el pueblo. Desde organizaciones de acción comunal, hasta organizaciones de velorios, novenas, entierros y consultas. Hijo de una familia de 10 hermanos, Emigdio aprendió entre Vigía del Fuerte y Bojayá costumbres como la de “Mano Cambiada”, hacer trabajos compartidos entre vecinos, o el trueque de alimentos, el valor de la palabra, el disfrute de la luna llena en una noche en canoa entre Quibdó y su pueblo, a disfrutar de una fiesta entre vecinos sin violencia, el valor de la solidaridad y el pensamiento colectivo por encima del individual. “De niño recuerdo que varias veces una familia quitaba la madera que separa las habitaciones de sus casas, para aportar para hacer la caja de un difunto, no importaba quién fuera, ni de dónde viniera”.
Esos mismos valores los ha ido llevando en su camino por el mundo como sacerdote, religioso y misionero de la comunidad del Verbo Divino, un camino que eligió a los 18 años cuando salió del colegio, en principio por pura curiosidad y no por llamado divino, como él mismo confiesa: “No hubo nada de llamados especiales ni del espíritu andando…sólo sentí curiosidad, entré y me fui quedando”.
Ser afro dentro de la iglesia, ser afro dentro de la sociedad
Emigdio Cuesta nació en una región de Colombia donde no existen fronteras. Sólo se debe cruzar el rio Atrato en panga por cinco minutos y se puede pasar de Chocó a Antioquia y viceversa. De padre chocoano y madre antioqueña, Emigdio Cuesta entraña los valores de una región de Colombia en donde los de aquí y los de allá son uno solo: son primos, amigos, hermanos, familia.
Nacido en 1964 en Bojayá (Chocó), Emigdio Cuesta aprendió desde niño que entre ese municipio y Vigía del Fuerte (Antioquia), solo existía hermandad y el rio atrato como avenida fluvial. “En este sector, los chocoanos y los antioqueños compartimos la cultura negra. No hay frontera departamental. Allá todos somos parientes, familiares, conocidos”, afirma él sin vacilar.
Desde su origen, Emigdio Cuesta entraña también los valores de una región en donde la alegría, el trabajo, el respeto por la naturaleza, la solidaridad, el valor de la palabra y el valor del presente hacen parte de una visión de la vida, de una forma de relacionarse con el mundo. “Para mi ser chocoano y atrateño es una cultura, es un modo de ver el mundo, una manera de entenderse con los otros. Hay muchas cosas ahí que me gustan y que no quiero perder”, asegura con orgullo.
Por eso, a pesar de la unidad y la familiaridad con que se vive en esta región de Colombia, al cumplir 18 años, Emigdio decidió pasar en panga desde Vigía, donde sus padres lo llevaron a vivir desde los 7 años, hasta Bojayá para que en su cédula quedara registrado su origen chocoano. “Yo tengo una identidad chocoana arraigada y quería que eso quedara claro en mi cédula”.
Ese origen que lleva con orgullo a donde vaya, lo aprendió de su padre, Don Porfirio, agricultor y pescador que participaba en cuanta reunión comunitaria se hacía en el pueblo. Desde organizaciones de acción comunal, hasta organizaciones de velorios, novenas, entierros y consultas. Hijo de una familia de 10 hermanos, Emigdio aprendió entre Vigía del Fuerte y Bojayá costumbres como la de “Mano Cambiada”, hacer trabajos compartidos entre vecinos, o el trueque de alimentos, el valor de la palabra, el disfrute de la luna llena en una noche en canoa entre Quibdó y su pueblo, a disfrutar de una fiesta entre vecinos sin violencia, el valor de la solidaridad y el pensamiento colectivo por encima del individual. “De niño recuerdo que varias veces una familia quitaba la madera que separa las habitaciones de sus casas, para aportar para hacer la caja de un difunto, no importaba quién fuera, ni de dónde viniera”.
Esos mismos valores los ha ido llevando en su camino por el mundo como sacerdote, religioso y misionero de la comunidad del Verbo Divino, un camino que eligió a los 18 años cuando salió del colegio, en principio por pura curiosidad y no por llamado divino, como él mismo confiesa: “No hubo nada de llamados especiales ni del espíritu andando…sólo sentí curiosidad, entré y me fui quedando”.
Ser afro dentro de la iglesia, ser afro dentro de la sociedad
El padre Emigdio Cuesta no es sacerdote común y corriente. No tiene parroquia, no usa alba ni cleriman, no impone el evangelio. Prefiere “compartir con otros y otras su experiencia de fe” y cuando celebra misas, en lugar de alba usa túnicas de colores vivos, y en lugar de cantos tradicionales, invita grupos afrodescendientes para que bailen cumbias, abozaos o currulaos, ritmos de la región pacífica y de la región atlántica de Colombia. Él mismo participa de los bailes al final de la misa. Desde su ordenación como sacerdote, decidió vestirse diferente para hacer honor a su origen africano y se ordenó con una túnica que mandó a hacer especialmente para esa ocasión.
“A mí me parece que el reconocimiento y la visibilidad del pueblo afro y de sus valores, de su diferencia comienza por ahí…no es simple excentricismo…digamos, ¿por qué no se puede vestir uno como africano?...además, el negro y el gris son colores aburridos, en cambio, los colores africanos son vida, son fuerza, son alegría y los puedes ver de lejos…”, explica el padre sobre su decisión de vestir con colores alegres dentro y fuera de la Eucaristía. Sin embargo, no han faltado los sacerdotes que se niegan a celebrar con él, por sus túnicas de colores.
Desde su papel como sacerdote católico, el padre Emigdio Cuesta Pino siguió construyendo un mundo donde todos seamos iguales, respetando nuestras diferencias, una apuesta que ha tenido alegrías y dificultades. “Al principio no fue fácil para mí. A los tres meses ya quería devolverme para mi casa porque me sentía raro siendo el diferente del seminario, aunque nadie me discriminara yo sentía que me miraban cómo raro, como que ‘¿De dónde sacaron este espécimen?’”, recuerda entre risas, sobre sus primeros días en el Seminario cuando alcanzó a arrepentirse y a creer que sus padres tenían razón cuando le dijeron que “ser cura era solo para blancos”. Llegó a la iglesia católica en un momento de renovación y la congregación del Verbo Divino fue de las primeras en recibir personas afrodescendientes en sus seminarios.
Gracias a un consejero español entendió que ser el único afro que había en ese momento en el seminario podía ser una oportunidad de trabajar por los de su etnia y desde entonces, ese ha sido el fundamento de su trabajo, la razón de ser de su apostolado. De toda su región, él y otro coterráneo, el padre Óscar Córdoba, son los únicos sacerdotes. “Después de esa crisis empecé a reafirmar poco a poco mi ser afro y después me fue gustando…me fueron gustando las dos cosas: por un lado el ser afro y ahora sí gozándome el ser distinto, y por otro lado, el ser afro dentro de la iglesia, y el ser afro dentro de la sociedad”, asegura el padre.
Desde entonces, el padre Emigdio asumió el trabajo por la dignificación de su etnia como una apuesta. Ha estado siempre vinculado con la Pastoral Afrocolombiana, participa en la Comisión de Vida Religiosa Afro y ha promovido la celebración de las eucaristías afrocolombianas, una celebración que se caracteriza por su alegría, su colorido, la participación y su sentido de hermandad.
Como parte de su búsqueda, decidió realizar su experiencia pastoral en África con la intención de encontrarse con sus raíces. Durante dos años, entre 1991 y 1992, compartió con los habitantes de Botswana donde aprendió que son muy distintos a los colombianos pero tienen un origen común, por eso no duda en afirmar que “De esos momentos felices que uno puede hablar en su vida, es el encuentro con un africano en un país extranjero. El encuentro produce algo aquí adentro como que este y yo somos familia, este y yo nos hemos visto en algún lado, este y yo tenemos algo en común…sentimos que hay empatía”.
A finales de los 90’, durante la época más dura del conflicto armado, fue vicario parroquial en su región, en Vigía del Fuerte, entre 1994 y 1999, y con el párroco de Bojayá, el sacerdote Jorge Luis Mazo (Q.e.p.d), lideró el fortalecimiento de las organizaciones juveniles del medio Atrato y la creación de tiendas comunitarias que garantizaran el autoabastecimiento de los pobladores en una época en donde “los únicos que andaban por el río eran los ‘paras’, los guerrilleros, y los misioneros”, como él mismo recuerda. En 1999 regresó a Bogotá por miedo a perder su vida, luego de que su amigo y colega, el padre Jorge Luis Mazo fuera asesinado llegando a la ciudad de Quibdó en un bote donde él mismo iba a viajar el día anterior.
Aunque muchos cuestionan su forma de ejercer el sacerdocio para él “la iglesia tiene un campo de acción que va más allá de una parroquia”, y recuerda que más allá de evangelizar, quiere transformar la vida de los otros a partir de una actitud de alegría y servicio pues uno de sus postulados reza: “Uno tiene que vivir significativamente para alguien, para poder ser recordado. Ese es el verdadero significado de la resurrección”.
Un cura afro en el movimiento de derechos humanos
Al llegar a Bogotá, el padre Emigdio continuó con su apostolado “mostrando que dentro y fuera de la iglesia lo afro es una gran riqueza”. Al llegar a Bogotá después de los días de guerra en el Atrato, emprendió de nuevo la labor del fortalecimiento de la pastoral afrocolombiana y en el 2005 fue delegado por su comunidad religiosa para hacer parte del movimiento afrocolombiano. En el 2005 fue delegado como secretario ejecutivo de la Conferencia Nacional de Organizaciones Afrocolombianas – CNOA y desde allí promueve junto con las organizaciones afrocolombianas, procesos de construcción participativos, interlocución e incidencia política.
La apuesta desde la CNOA ha sido hacer incidencia política y visibilizar lo afro en distintos espacios políticos: “Muchas veces asistimos a un espacio simplemente para levantar la mano y decir: ‘Aquí estamos los afro’”.
Como Secretario ejecutivo, ha logrado posicionar la Conferencia como un interlocutor válido para hablar de las necesidades, los aportes y los derechos de la población afrocolombiana. Promovió la inclusión de la CNOA en las plataformas de derechos humanos, convocó a las organizaciones a realizar su plan estratégico, busca recursos y promueve espacios construidos entre todos. “No me interesa que nadie diga ‘Esto lo hizo el padre Emigdio’, me interesa que digan: “Esto lo hicimos entre todos, en la CNOA”.
Su llegada al movimiento de derechos humanos, como defensor de los derechos del pueblo afro, ha sido parte del recorrido que inició cuando empezó su vida sacerdotal en comunidades de base. Como integrante de la Mesa de organizaciones afrocolombianas y de otros espacios a los que asiste para llevar la voz de los afrodescendientes, parte de la base de que “siempre hay otra posibilidad de encuentro. Si no nos entendimos hoy, podemos entendernos mañana” y desde ahí, no duda en afirmar que hoy, la CNOA se ha constituido en un espacio de diálogo, concertación y paz.
Al preguntarle si estaría dispuesto a irse para otro país, el padre Emigdio, el padre chocoano, de túnicas de colores y togo (sombrero africano), no duda de afirmar: “Aquí me quedo. Me gusta Colombia a pesar de sus contradicciones. Tengo suficientes razones para amarla. Espero que algún día podamos sentir que es un país de todas y de todos”.
La apuesta desde la CNOA ha sido hacer incidencia política y visibilizar lo afro en distintos espacios políticos: “Muchas veces asistimos a un espacio simplemente para levantar la mano y decir: ‘Aquí estamos los afro’”.
Como Secretario ejecutivo, ha logrado posicionar la Conferencia como un interlocutor válido para hablar de las necesidades, los aportes y los derechos de la población afrocolombiana. Promovió la inclusión de la CNOA en las plataformas de derechos humanos, convocó a las organizaciones a realizar su plan estratégico, busca recursos y promueve espacios construidos entre todos. “No me interesa que nadie diga ‘Esto lo hizo el padre Emigdio’, me interesa que digan: “Esto lo hicimos entre todos, en la CNOA”.
Su llegada al movimiento de derechos humanos, como defensor de los derechos del pueblo afro, ha sido parte del recorrido que inició cuando empezó su vida sacerdotal en comunidades de base. Como integrante de la Mesa de organizaciones afrocolombianas y de otros espacios a los que asiste para llevar la voz de los afrodescendientes, parte de la base de que “siempre hay otra posibilidad de encuentro. Si no nos entendimos hoy, podemos entendernos mañana” y desde ahí, no duda en afirmar que hoy, la CNOA se ha constituido en un espacio de diálogo, concertación y paz.
Al preguntarle si estaría dispuesto a irse para otro país, el padre Emigdio, el padre chocoano, de túnicas de colores y togo (sombrero africano), no duda de afirmar: “Aquí me quedo. Me gusta Colombia a pesar de sus contradicciones. Tengo suficientes razones para amarla. Espero que algún día podamos sentir que es un país de todas y de todos”.
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