Memorial de Martin Luther King en Washington D. C. Foto:WFU.edu |
La década de 1960 fue un tiempo
de grandes transformaciones, de sueños hechos realidad,
como la llegada del hombre a la Luna, de utopías juveniles como el mayo
francés o la primavera de Praga, pero también de pesadillas como el
apartheid, la amenaza nuclear y la crisis de los misiles. Fue la década
en que surgieron los hippies y el amor libre, la conciencia ecológica y
la música de The Beatles, mientras la televisión se convertía en el
medio de masas de la aldea global. En este escenario, se produjo esa
extraordinaria cruzada a favor de los derechos civiles de los
afroamericanos liderados por un pastor baptista que proclamaba la no
violencia, y hablaba de sueños y tierras prometidas.
"Desde muy joven decidí dar mi vida por algo eterno y absoluto. No por los pequeños dioses que están hoy aquí y mañana se han ido, sino por Dios, que es el mismo ayer, hoy y siempre" (Rediscovering lost values, febrero 28 de 1954).
"Creo que la verdad desarmada y el amor incondicional tendrán la última palabra en la realidad. Por eso creo que el bien, temporalmente derrotado, es más fuerte que la maldad triunfante" (Acceptance speech at the Nobel Prize, diciembre 3 de 1964)
"La discriminación es un perro infernal que ladra a los negros en todos los momentos de su vida para recordarles que la mentira sobre su inferioridad es aceptada como verdad en la sociedad que los domina" (discurso en la Southern Christian Leadership Conference, agosto 16 de 1967)
Martin Luther King (1929-1968) era en cierto modo un predestinado.
Había nacido en Atlanta, Georgia, en el interior de una familia
cristiana, y estuvo desde muy niño imbuido del espíritu religioso de esa
iglesia negra sureña, de cánticos y sermones encendidos; sin embargo,
también vivió en carne propia la maquinaria de la discriminación en la
sociedad de Estados Unidos, donde el mundo había sido partido en dos,
entre blancos y negros, entre privilegiados y excluidos.
En 1954, se hizo cargo de una iglesia baptista en Montgomery,
Alabama, y ahí inició su prédica por los derechos civiles. Se puso a la
cabeza de miles de afroamericanos que boicotearon el sistema de buses de
la ciudad debido a un incidente que marcó un antes y un después en la
lucha por la igualdad: el arresto de una mujer negra, Rosa Parks, quien
se negó a ceder su asiento a un hombre blanco en el autobús, tal como lo
mandaba la ley. Durante 382 días, hombres, mujeres y niños
afroamericanos caminaron por las calles sin subir al transporte
municipal, hasta que la ley segregacionista fue abolida, un triunfo que
no estuvo exento de acciones represivas y de atentados contra la casa de
Luther King y otros líderes de la resistencia.
A diferencia de personajes como Malcolm X o grupos como las Panteras
Negras, que proponían la violencia, el ojo por ojo, como respuesta
a la discriminación, Luther King empleó otro tipo de fuerza: la
resistencia pacífica. Y lo hizo siguiendo el modelo de Mahatma Gandhi:
“Fue la figura que lo inspiró”, dice Mbare Ngom, profesor de la
Universidad de Morgan, en Baltimore (Estados Unidos), quien el lunes
pasado dio una charla sobre Luther King en el ICPNA de Miraflores
(Lima), como
parte de las actividades del Mes de la Historia Afroamericana. “Él supo
estar ahí y galvanizar toda esa energía, toda esa cólera, llevándola por
otro territorio, el de la no violencia. Esto jugó a su favor”, afirma
el académico.
“El país se horrorizó cuando vio cómo unos ciudadanos
desarmados que solo querían marchar de una ciudad a otra eran golpeados
por la policía con una fuerza desproporcionada, perseguidos con gases
lacrimógenos y perros”.
Estudiante atacado con perro policía en Alabama en 1963 (foto:TCC.edu) |
“Todo esto despertó a mucha gente que no quería ver el problema de la
segregación racial”, agrega Ngom. Un papel trascendental jugó la
emergente televisión de los sesenta, que llevó las terribles imágenes a
todos los hogares de la clase media estadounidense.
Para 1963, después de numerosos arrestos, atentados y asesinatos
contra ciudadanos afroamericanos por parte de la policía y
organizaciones extremistas, ya existía plena conciencia en amplios
sectores de la sociedad y la política de Estados Unidos de que la
discriminación racial debía llegar a su fin.
Fue entonces cuando Luther King
encabezó la gran marcha por el
trabajo y la libertad a Washington. En las afueras del Capitolio, ante
250 mil personas venidas de distintos estados, pronunció su célebre
discurso “Tengo un sueño”. “Era un orfebre de la palabra. Su sueño
significaba igualdad, inclusión y eliminación de la pobreza. Él quería
ver al hijo del antiguo esclavo y al hijo del antiguo dueño de esclavos
sentados juntos en la misma mesa de la hermandad”, afirma Mbare Ngom.
En 1964 le dieron el Premio Nobel de la Paz, pero nunca dejó de ser
ese sencillo pastor baptista, hogareño y sensible a los problemas de su
comunidad: “Era una persona generosa”.
“El día que lo asesinaron, cuando fue a apoyar a los trabajadores que
recogían la basura en Memphis, no tenía que estar ahí, pues estaba
enfermo y le habían recomendado quedarse en cama, pero cuando le dijeron
que había personas que querían oírlo, se levantó y fue a verlas”,
relata Ngom.
Como una premonición, le había dicho a la multitud en el Mason
Temple: “He visto la tierra prometida, pero es posible que no llegue ahí
con ustedes”.
Horas después, el 4 de abril de 1968, fue asesinado por un francotirador
de un disparo en la cabeza. Tenía solo 39 años.
¿Conspiración?
Se ha escrito mucho sobre la muerte de Luther King, sobre si el autor
confeso, James Earl Ray, fue el verdadero autor del disparo o si
existía detrás una conspiración.
El profesor Ngom señala: “Al principio, hubo sospechas de que el FBI
era parte de la conspiración, porque Ray primero confesó y más tarde se
desdijo. Hasta ahora no se sabe si fue el acto de un individuo o de
alguien que actuaba como parte de una conspiración. A mí no me
sorprendería ninguna de las dos posibilidades”.
King por poco no incluye la frase ‘Tengo un sueño’
Clarence Jones, de corbata negra, detrás de Luther King en 1963 (Foto:NPR) |
Clarence Jones estaba a 15 metros de su jefe, Martin Luther King Jr.,
en un día soleado de 1963 cuando King pronunció el discurso que
cambiaría para siempre las relaciones raciales en Estados Unidos. Hoy,
50 años después, Jones recuerda que las palabras “tengo un sueño”, no
estaban en el texto que King preparó y comenzó a leer ese día. De
repente, King recuperó una frase que había usado antes con poco impacto,
según Jones, abogado, confidente y escritor de discursos de King. El
discurso fue pronunciado ante 250.000 personas que acudieron a
Washington D.C. en una marcha a favor de los derechos civiles, en un
momento en que era ilegal que negros y blancos se casaran en muchos
estados, y unos meses después de que manifestantes en Alabama fueron
atacados con perros de la policía y mangueras de incendios.
Jones contó que los primeros siete párrafos los leyó tal cómo él los
escribió y “todo lo que dijo después fue espontáneo”.
Una pieza retórica de poderosos efectos
Uno de los más bellos discursos de la historia lo pronunció aquel
líder integracionista negro que desde las gradas del Lincoln Memorial
sacudió los cimientos de una nación. Era el 28 de agosto de 1963 y más
de 250 mil personas se habían congregado para escuchar las palabras de
Martin Luther King. La potente voz de King rugió desde las bases del
monumento de Abraham Lincoln: “Hace cien años, un gran estadounidense,
cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la
Emancipación. Este trascendental decreto significó un gran rayo de luz y
de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las
llamas de una marchita injusticia”.
Policías empujan a los manifestantes en Mississippi, 1966 (Foto:Lipstickalley) |
Procuró dar consolación a los asistentes: “Sé que algunos de ustedes
han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos
han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han
llegado de sitios donde, en su búsqueda de libertad, han sido golpeados
por la tormenta de la persecución y derribados por los vientos de la
brutalidad policial”.
La pieza oratoria no hizo concesiones al agotamiento: “Estoy
orgulloso de reunirme con ustedes hoy en la que será ante la historia la
mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país”.
No podría ser sino un discurso de reconciliación: “Hay algo que debo
decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio
de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de
obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos
satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y
el odio”.
Luego dijo a toda voz: “Hoy les digo a ustedes que a pesar de las
dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño
profundamente arraigado en el sueño americano”.
Se refería al sueño de la libertad y de las oportunidades, aquel que
Thomas Jefferson plasmó en la Declaración de Independencia.
De allí la frase de King: “Sueño que un día esta nación se levantará y
vivirá el verdadero significado de su credo: afirmamos que estas
verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales”.
Desgarra, asimismo, el giro que toca en torno al futuro de sus hijos:
“Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no
serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su
personalidad. ¡Hoy tengo un sueño!”.
Jorge Paredes Laos y Raúl Mendoza
Suplemento El Dominical
EL COMERCIO (Perú) / GDA / REUTERS
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