miércoles, 28 de agosto de 2013

Martin Luther King, el Gandhi afroamericano


Memorial de Martin Luther King en Washington D. C.
Foto:WFU.edu

La década de 1960 fue un tiempo de grandes transformaciones, de sueños hechos realidad, como la llegada del hombre a la Luna, de utopías juveniles como el mayo francés o la primavera de Praga, pero también de pesadillas como el apartheid, la amenaza nuclear y la crisis de los misiles. Fue la década en que surgieron los hippies y el amor libre, la conciencia ecológica y la música de The Beatles, mientras la televisión se convertía en el medio de masas de la aldea global. En este escenario, se produjo esa extraordinaria cruzada a favor de los derechos civiles de los afroamericanos liderados por un pastor baptista que proclamaba la no violencia, y hablaba de sueños y tierras prometidas.

"Desde muy joven decidí dar mi vida por algo eterno y absoluto.  No por los pequeños dioses que están hoy aquí y mañana se han ido, sino por Dios, que es el mismo ayer, hoy y siempre" (Rediscovering lost values, febrero 28 de 1954).

"Creo que la verdad desarmada y el amor incondicional tendrán la última palabra en la realidad.  Por eso creo que el bien, temporalmente derrotado, es más fuerte que la maldad triunfante" (Acceptance speech at the Nobel Prize, diciembre 3 de 1964)

"La discriminación es un perro infernal que ladra a los negros en todos los momentos de su vida para recordarles que la mentira sobre su inferioridad es aceptada como verdad en la sociedad que los domina" (discurso en la Southern Christian Leadership Conference, agosto 16 de 1967)


Martin Luther King (1929-1968) era en cierto modo un predestinado. Había nacido en Atlanta, Georgia, en el interior de una familia cristiana, y estuvo desde muy niño imbuido del espíritu religioso de esa iglesia negra sureña, de cánticos y sermones encendidos; sin embargo, también vivió en carne propia la maquinaria de la discriminación en la sociedad de Estados Unidos, donde el mundo había sido partido en dos, entre blancos y negros, entre privilegiados y excluidos.

En 1954, se hizo cargo de una iglesia baptista en Montgomery, Alabama, y ahí inició su prédica por los derechos civiles. Se puso a la cabeza de miles de afroamericanos que boicotearon el sistema de buses de la ciudad debido a un incidente que marcó un antes y un después en la lucha por la igualdad: el arresto de una mujer negra, Rosa Parks, quien se negó a ceder su asiento a un hombre blanco en el autobús, tal como lo mandaba la ley. Durante 382 días, hombres, mujeres y niños afroamericanos caminaron por las calles sin subir al transporte municipal, hasta que la ley segregacionista fue abolida, un triunfo que no estuvo exento de acciones represivas y de atentados contra la casa de Luther King y otros líderes de la resistencia.

A diferencia de personajes como Malcolm X o grupos como las Panteras Negras, que proponían la violencia, el ojo por ojo, como respuesta a la discriminación, Luther King empleó otro tipo de fuerza: la resistencia pacífica. Y lo hizo siguiendo el modelo de Mahatma Gandhi: “Fue la figura que lo inspiró”, dice Mbare Ngom, profesor de la Universidad de Morgan, en Baltimore (Estados Unidos), quien el lunes pasado dio una charla sobre Luther King en el ICPNA de Miraflores (Lima), como parte de las actividades del Mes de la Historia Afroamericana. “Él supo estar ahí y galvanizar toda esa energía, toda esa cólera, llevándola por otro territorio, el de la no violencia. Esto jugó a su favor”, afirma el académico.
Estudiante atacado con perro policía
en Alabama en 1963 (foto:TCC.edu)
“El país se horrorizó cuando vio cómo unos ciudadanos desarmados que solo querían marchar de una ciudad a otra eran golpeados por la policía con una fuerza desproporcionada, perseguidos con gases lacrimógenos y perros”.

“Todo esto despertó a mucha gente que no quería ver el problema de la segregación racial”, agrega Ngom. Un papel trascendental jugó la emergente televisión de los sesenta, que llevó las terribles imágenes a todos los hogares de la clase media estadounidense.

Para 1963, después de numerosos arrestos, atentados y asesinatos contra ciudadanos afroamericanos por parte de la policía y organizaciones extremistas, ya existía plena conciencia en amplios sectores de la sociedad y la política de Estados Unidos de que la discriminación racial debía llegar a su fin.

Fue entonces cuando Luther King encabezó la gran marcha por el trabajo y la libertad a Washington. En las afueras del Capitolio, ante 250 mil personas venidas de distintos estados, pronunció su célebre discurso “Tengo un sueño”. “Era un orfebre de la palabra. Su sueño significaba igualdad, inclusión y eliminación de la pobreza. Él quería ver al hijo del antiguo esclavo y al hijo del antiguo dueño de esclavos sentados juntos en la misma mesa de la hermandad”, afirma Mbare Ngom.

En 1964 le dieron el Premio Nobel de la Paz, pero nunca dejó de ser ese sencillo pastor baptista, hogareño y sensible a los problemas de su comunidad: “Era una persona generosa”.

“El día que lo asesinaron, cuando fue a apoyar a los trabajadores que recogían la basura en Memphis, no tenía que estar ahí, pues estaba enfermo y le habían recomendado quedarse en cama, pero cuando le dijeron que había personas que querían oírlo, se levantó y fue a verlas”, relata Ngom.

Como una premonición, le había dicho a la multitud en el Mason Temple: “He visto la tierra prometida, pero es posible que no llegue ahí con ustedes”.

Horas después, el 4 de abril de 1968, fue asesinado por un francotirador de un disparo en la cabeza. Tenía solo 39 años.

¿Conspiración?

Se ha escrito mucho sobre la muerte de Luther King, sobre si el autor confeso, James Earl Ray, fue el verdadero autor del disparo o si existía detrás una conspiración.

El profesor Ngom señala: “Al principio, hubo sospechas de que el FBI era parte de la conspiración, porque Ray primero confesó y más tarde se desdijo. Hasta ahora no se sabe si fue el acto de un individuo o de alguien que actuaba como parte de una conspiración. A mí no me sorprendería ninguna de las dos posibilidades”.
King por poco no incluye la frase ‘Tengo un sueño’

Clarence Jones, de corbata negra,
detrás de Luther King en 1963 (Foto:NPR)
Clarence Jones estaba a 15 metros de su jefe, Martin Luther King Jr., en un día soleado de 1963 cuando King pronunció el discurso que cambiaría para siempre las relaciones raciales en Estados Unidos. Hoy, 50 años después, Jones recuerda que las palabras “tengo un sueño”, no estaban en el texto que King preparó y comenzó a leer ese día. De repente, King recuperó una frase que había usado antes con poco impacto, según Jones, abogado, confidente y escritor de discursos de King. El discurso fue pronunciado ante 250.000 personas que acudieron a Washington D.C. en una marcha a favor de los derechos civiles, en un momento en que era ilegal que negros y blancos se casaran en muchos estados, y unos meses después de que manifestantes en Alabama fueron atacados con perros de la policía y mangueras de incendios.
Jones contó que los primeros siete párrafos los leyó tal cómo él los escribió y “todo lo que dijo después fue espontáneo”.
Una pieza retórica de poderosos efectos
Uno de los más bellos discursos de la historia lo pronunció aquel líder integracionista negro que desde las gradas del Lincoln Memorial sacudió los cimientos de una nación. Era el 28 de agosto de 1963 y más de 250 mil personas se habían congregado para escuchar las palabras de Martin Luther King. La potente voz de King rugió desde las bases del monumento de Abraham Lincoln: “Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la Emancipación. Este trascendental decreto significó un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia”.
Policías empujan a los manifestantes
en Mississippi, 1966 (Foto:Lipstickalley)
Procuró dar consolación a los asistentes: “Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde, en su búsqueda de libertad, han sido golpeados por la tormenta de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policial”.
La pieza oratoria no hizo concesiones al agotamiento: “Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy en la que será ante la historia la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país”.

No podría ser sino un discurso de reconciliación: “Hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio”.

Luego dijo a toda voz: “Hoy les digo a ustedes que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño americano”.

Se refería al sueño de la libertad y de las oportunidades, aquel que Thomas Jefferson plasmó en la Declaración de Independencia.

De allí la frase de King: “Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales”.

Desgarra, asimismo, el giro que toca en torno al futuro de sus hijos: “Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad. ¡Hoy tengo un sueño!”.

Jorge Paredes Laos y Raúl Mendoza
Suplemento El Dominical
EL COMERCIO (Perú) / GDA / REUTERS


Las frases de la presentación de El Tiempo las tomaron de La Tercera (Santiago de Chile)

lunes, 26 de agosto de 2013

Un afro-sacerdote dedicado a promover el respeto por la diferencia

Los valores de Chocó para el mundo

Emigdio Cuesta nació en una región de Colombia donde no existen fronteras. Sólo se debe cruzar el rio Atrato en panga por cinco minutos y se puede pasar de Chocó a Antioquia y viceversa. De padre chocoano y madre antioqueña, Emigdio Cuesta entraña los valores de una región de Colombia en donde los de aquí y los de allá son uno solo: son primos, amigos, hermanos, familia.

Nacido en 1964 en Bojayá (Chocó), Emigdio Cuesta aprendió desde niño que entre ese municipio y Vigía del Fuerte (Antioquia), solo existía hermandad y el rio atrato como avenida fluvial. “En este sector, los chocoanos y los antioqueños compartimos la cultura negra. No hay frontera departamental. Allá todos somos parientes, familiares, conocidos”, afirma él sin vacilar.

Desde su origen, Emigdio Cuesta entraña también los valores de una región en donde la alegría, el trabajo, el respeto por la naturaleza, la solidaridad, el valor de la palabra y el valor del presente hacen parte de una visión de la vida, de una forma de relacionarse con el mundo. “Para mi ser chocoano y atrateño es una cultura, es un modo de ver el mundo, una manera de entenderse con los otros. Hay muchas cosas ahí que me gustan y que no quiero perder”, asegura con orgullo.

Por eso, a pesar de la unidad y la familiaridad con que se vive en esta región de Colombia, al cumplir 18 años, Emigdio decidió pasar en panga desde Vigía, donde sus padres lo llevaron a vivir desde los 7 años, hasta Bojayá para que en su cédula quedara registrado su origen chocoano. “Yo tengo una identidad chocoana arraigada y quería que eso quedara claro en mi cédula”.

Ese origen que lleva con orgullo a donde vaya, lo aprendió de su padre, Don Porfirio, agricultor y pescador que participaba en cuanta reunión comunitaria se hacía en el pueblo. Desde organizaciones de acción comunal, hasta organizaciones de velorios, novenas, entierros y consultas. Hijo de una familia de 10 hermanos, Emigdio aprendió entre Vigía del Fuerte y Bojayá costumbres como la de “Mano Cambiada”, hacer trabajos compartidos entre vecinos, o el trueque de alimentos, el valor de la palabra, el disfrute de la luna llena en una noche en canoa entre Quibdó y su pueblo, a disfrutar de una fiesta entre vecinos sin violencia, el valor de la solidaridad y el pensamiento colectivo por encima del individual. “De niño recuerdo que varias veces una familia quitaba la madera que separa las habitaciones de sus casas, para aportar para hacer la caja de un difunto, no importaba quién fuera, ni de dónde viniera”.

Esos mismos valores los ha ido llevando en su camino por el mundo como sacerdote, religioso y misionero de la comunidad del Verbo Divino, un camino que eligió a los 18 años cuando salió del colegio, en principio por pura curiosidad y no por llamado divino, como él mismo confiesa: “No hubo nada de llamados especiales ni del espíritu andando…sólo sentí curiosidad, entré y me fui quedando”.



Ser afro dentro de la iglesia, ser afro dentro de la sociedad


El padre Emigdio Cuesta no es sacerdote común y corriente. No tiene parroquia, no usa alba ni cleriman, no impone el evangelio. Prefiere “compartir con otros y otras su experiencia de fe” y cuando celebra misas, en lugar de alba usa túnicas de colores vivos, y en lugar de cantos tradicionales, invita grupos afrodescendientes para que bailen cumbias, abozaos o currulaos, ritmos de la región pacífica y de la región atlántica de Colombia. Él mismo participa de los bailes al final de la misa. Desde su ordenación como sacerdote, decidió vestirse diferente para hacer honor a su origen africano y se ordenó con una túnica que mandó a hacer especialmente para esa ocasión.

“A mí me parece que el reconocimiento y la visibilidad del pueblo afro y de sus valores, de su diferencia comienza por ahí…no es simple excentricismo…digamos, ¿por qué no se puede vestir uno como africano?...además, el negro y el gris son colores aburridos, en cambio, los colores africanos son vida, son fuerza, son alegría y los puedes ver de lejos…”, explica el padre sobre su decisión de vestir con colores alegres dentro y fuera de la Eucaristía. Sin embargo, no han faltado los sacerdotes que se niegan a celebrar con él, por sus túnicas de colores.

Desde su papel como sacerdote católico, el padre Emigdio Cuesta Pino siguió construyendo un mundo donde todos seamos iguales, respetando nuestras diferencias, una apuesta que ha tenido alegrías y dificultades. “Al principio no fue fácil para mí. A los tres meses ya quería devolverme para mi casa porque me sentía raro siendo el diferente del seminario, aunque nadie me discriminara yo sentía que me miraban cómo raro, como que ‘¿De dónde sacaron este espécimen?’”, recuerda entre risas, sobre sus primeros días en el Seminario cuando alcanzó a arrepentirse y a creer que sus padres tenían razón cuando le dijeron que “ser cura era solo para blancos”. Llegó a la iglesia católica en un momento de renovación y la congregación del Verbo Divino fue de las primeras en recibir personas afrodescendientes en sus seminarios.

Gracias a un consejero español entendió que ser el único afro que había en ese momento en el seminario podía ser una oportunidad de trabajar por los de su etnia y desde entonces, ese ha sido el fundamento de su trabajo, la razón de ser de su apostolado. De toda su región, él y otro coterráneo, el padre Óscar Córdoba, son los únicos sacerdotes. “Después de esa crisis empecé a reafirmar poco a poco mi ser afro y después me fue gustando…me fueron gustando las dos cosas: por un lado el ser afro y ahora sí gozándome el ser distinto, y por otro lado, el ser afro dentro de la iglesia, y el ser afro dentro de la sociedad”, asegura el padre.

Desde entonces, el padre Emigdio asumió el trabajo por la dignificación de su etnia como una apuesta. Ha estado siempre vinculado con la Pastoral Afrocolombiana, participa en la Comisión de Vida Religiosa Afro y ha promovido la celebración de las eucaristías afrocolombianas, una celebración que se caracteriza por su alegría, su colorido, la participación y su sentido de hermandad.

Como parte de su búsqueda, decidió realizar su experiencia pastoral en África con la intención de encontrarse con sus raíces. Durante dos años, entre 1991 y 1992, compartió con los habitantes de Botswana donde aprendió que son muy distintos a los colombianos pero tienen un origen común, por eso no duda en afirmar que “De esos momentos felices que uno puede hablar en su vida, es el encuentro con un africano en un país extranjero. El encuentro produce algo aquí adentro como que este y yo somos familia, este y yo nos hemos visto en algún lado, este y yo tenemos algo en común…sentimos que hay empatía”.

A finales de los 90’, durante la época más dura del conflicto armado, fue vicario parroquial en su región, en Vigía del Fuerte, entre 1994 y 1999, y con el párroco de Bojayá, el sacerdote Jorge Luis Mazo (Q.e.p.d), lideró el fortalecimiento de las organizaciones juveniles del medio Atrato y la creación de tiendas comunitarias que garantizaran el autoabastecimiento de los pobladores en una época en donde “los únicos que andaban por el río eran los ‘paras’, los guerrilleros, y los misioneros”, como él mismo recuerda. En 1999 regresó a Bogotá por miedo a perder su vida, luego de que su amigo y colega, el padre Jorge Luis Mazo fuera asesinado llegando a la ciudad de Quibdó en un bote donde él mismo iba a viajar el día anterior.

Aunque muchos cuestionan su forma de ejercer el sacerdocio para él “la iglesia tiene un campo de acción que va más allá de una parroquia”, y recuerda que más allá de evangelizar, quiere transformar la vida de los otros a partir de una actitud de alegría y servicio pues uno de sus postulados reza: “Uno tiene que vivir significativamente para alguien, para poder ser recordado. Ese es el verdadero significado de la resurrección”.



Un cura afro en el movimiento de derechos humanos


Al llegar a Bogotá, el padre Emigdio continuó con su apostolado “mostrando que dentro y fuera de la iglesia lo afro es una gran riqueza”. Al llegar a Bogotá después de los días de guerra en el Atrato, emprendió de nuevo la labor del fortalecimiento de la pastoral afrocolombiana y en el 2005 fue delegado por su comunidad religiosa para hacer parte del movimiento afrocolombiano. En el 2005 fue delegado como secretario ejecutivo de la Conferencia Nacional de Organizaciones Afrocolombianas – CNOA y desde allí promueve junto con las organizaciones afrocolombianas, procesos de construcción participativos, interlocución e incidencia política.

La apuesta desde la CNOA ha sido hacer incidencia política y visibilizar lo afro en distintos espacios políticos: “Muchas veces asistimos a un espacio simplemente para levantar la mano y decir: ‘Aquí estamos los afro’”.

Como Secretario ejecutivo, ha logrado posicionar la Conferencia como un interlocutor válido para hablar de las necesidades, los aportes y los derechos de la población afrocolombiana. Promovió la inclusión de la CNOA en las plataformas de derechos humanos, convocó a las organizaciones a realizar su plan estratégico, busca recursos y promueve espacios construidos entre todos. “No me interesa que nadie diga ‘Esto lo hizo el padre Emigdio’, me interesa que digan: “Esto lo hicimos entre todos, en la CNOA”.

Su llegada al movimiento de derechos humanos, como defensor de los derechos del pueblo afro, ha sido parte del recorrido que inició cuando empezó su vida sacerdotal en comunidades de base. Como integrante de la Mesa de organizaciones afrocolombianas y de otros espacios a los que asiste para llevar la voz de los afrodescendientes, parte de la base de que “siempre hay otra posibilidad de encuentro. Si no nos entendimos hoy, podemos entendernos mañana” y desde ahí, no duda en afirmar que hoy, la CNOA se ha constituido en un espacio de diálogo, concertación y paz.

Al preguntarle si estaría dispuesto a irse para otro país, el padre Emigdio, el padre chocoano, de túnicas de colores y togo (sombrero africano), no duda de afirmar: “Aquí me quedo. Me gusta Colombia a pesar de sus contradicciones. Tengo suficientes razones para amarla. Espero que algún día podamos sentir que es un país de todas y de todos”.